domingo, 25 de noviembre de 2012

3 días en el Gijón Film Fest.


Este año nuestro amigo Jordi Codó ha tenido ocasión de pasar unos días disfrutando de la programación del Festival de Gijón, en este 50 aniversario del festival en pleno renacimiento. La agradecemos enormemente que nos acerque su experiencia a través de esta crónica de su paso por la ciudad asturiana, con la que os dejamos:

Por primera vez, El Pozo de Sadako alarga sus brazos –como si fuera Míster Fantástico– para abrazar la programación (asiática, por supuesto) del veterano (¡50 años ya!) Festival Internacional de Cine de Gijón, certamen que a pesar de los titubeos ocasionados por algunas polémicas recientes (descabezamiento de su dirección motivada políticamente; boicot de muchos medios y profesionales a raíz de lo anterior) mantiene incólume su interés, afianzado en una programación atrevida y de calidad y, por qué no decirlo, los encantos de la ciudad que lo hospeda, cuyas vistas al mar invitan a que uno olvide sus obligaciones... ¡Pero no! Habíamos venido a ver cine, y es lo que hicimos. Y ahora vamos a hablar de ello.

Día 1: Apaguen sus móviles y olviden sus preocupaciones

Esta es la sugerencia que nos hizo una voz a través de la megafonía justo antes de dar comienzo la gala de inauguración del festival. Y parecía una buena idea. De hecho, ya habíamos empezado a aplicarla horas antes. El día se había desarrollado plácidamente y sin las presiones horarias típicas de estos eventos. Sin nada destacado que ver ni durante la mañana ni por la tarde de esta primera jornada (nada asiático a la vista, aún), nos dedicamos a cuestiones logísticas: instalación en el hotel (el San Miguel, recomendable) y localización de los espacios del festival (salas de proyección, exposiciones, restaurantes colaboradores, etc.). Echamos de menos, por cierto, una sala de prensa y un espacio mejor habilitado para atender a invitados, reporteros y público en general.

A todo esto se nos hicieron ya las ocho y media, hora prevista para dar comienzo a la inauguración del festival. Todo estaba listo en el teatro Jovellanos: alfombra roja, platea llena (más de mil localidades) y la emoción a flor de piel. El espectáculo comenzó tarde, por supuesto, y se (me) hizo largo, pero no demasiado. Consistió en una presentación –conducida por una poco desenvuelta Leticia Dolera (la protagonista de REC 3)– de las diferentes secciones, jurados, invitados y patrocinadores del evento, acompañados por una banda de música en directo y un homenaje al director de casting Luis San Narciso, quien recibió un premio por su trayectoria.

A las diez de la noche terminaron los prolegómenos y se inició la proyección de la película que abría el certamen, la rumana “Beyond the Hills” de Cristian Mungiu (galardonado director de “4 meses, 3 semanas, 2 días”). La cinta duraba dos horas y media (con lo que terminó pasada la medianoche), pero el cansancio no hizo mella en nosotros gracias al poderoso atractivo de la propuesta, tanto por su tema como por su planteamiento estético. Se nos relata la historia de dos amigas, antiguas compañeras (y amantes) en un orfanato. Una de ellas, Alina, llega a Rumanía desde Alemania (a donde emigró buscando trabajo) para reencontrarse con la otra, Voichita. Alina se siente sola en el extranjero y quiere convencer a su amiga para que se vaya con ella, pero Voichita vive ahora en un convento y está contenta con su vida a pesar de las limitaciones y del paternalismo de su comunidad. La presencia de Alina en la orden –con la que se hospeda unos días– provocará fuertes tensiones, sobre todo porque la chica sufre ataques de angustia que los religiosos interpretarán como posesiones diabólicas. Todo esto se filma con largos planos (uno por escena) extraordinariamente bien organizados y desarrollados (Mungiu no se limita a plantar la cámara y observar desde la distancia, sino que elabora complejas interacciones y monta internamente la imagen), cuyo sentido y valor estético –explicaría el cineasta al día siguiente en rueda de prensa– es que evitan la manipulación de la vida en pos de una mayor sinceridad, al tiempo que refuerzan la especificidad del cine en tanto que arte (de la duración) del tiempo. Y es que Mungiu y sus compañeros de fenómeno (ese llamado Nuevo Cine Rumano) pretenden marcar un hito en la cinematografía de su país tanto por la frontalidad de su acercamiento a la realidad social rumana como por la categoría intrínseca de su lenguaje. Es por ello que “Beyond the Hills” se plantea como un desafío para el espectador, por su densidad, crudeza y duración; pero resulta altamente satisfactorio si se aguanta el envite.

Día 2: Asia a la vista

La segunda jornada ofreció los primeros platos para aquellos degustadores del cine asiático. El primero fue “From up on Poppy Hill”, la más reciente producción del estudio de animación japonés Ghibli. En la dirección, Goro Miyazaki, hijo del conocido Hayao Miyazaki, alma mater del estudio, que en esta ocasión se encarga solo de escribir el guión junto a Keiko Niwa basándose en un shojo manga homónimo de Tetsuro Sayama (escritor) y Chizuru Takahashi (ilustrador). Miyazaki Jr. se enfrentaba al reto de dirigir su segundo film tras la fría acogida de su anterior “Cuentos de Terramar” (2006), y los buenos resultados obtenidos confirman el arranque de una prometedora carrera. “From up on Poppy Hill” fue la película japonesa más taquillera de 2011 y se llevó el premio al mejor film de animación en los premios de la Academia nacional gracias, seguramente, a dos cosas: la nostalgia y el candor. El film se ambienta en el Japón de primeros de los sesenta, justo antes de esas Olimpiadas de Tokyo (1964) que marcarían la entrada del país nipón en la escena global del desarrollo pacífico. La misma época (año arriba, año abajo), ya había servido de marco a la popularísima y sensiblera “Always” (2005) de Takashi Yamazaki y a sus secuelas, con lo que la operación debía parecer rentable aunque se apartara de ese realismo mágico al que nos tiene acostumbrados la firma (sin que por ello se trate de una propuesta inédita, pues ahí están los títulos dirigidos por Isao Takahata). Ghibli aporta, eso sí, su distintivo toque cariñoso, delicado y familiar (de valores familiares, me refiero). Remito al comentario hecho ya en este blog para más detalles del argumento y el estilo.

Tras la proyección, y por recomendación expresa del director del festival, Nacho Carballo, a quien tuvimos el gusto de conocer, nos dirigimos sin solución de continuidad a ver uno de los títulos más anticipados del programa, “The Patience Stone” del afgano Atiq Rahimi. La cosa no parecía para menos, pues a su innegable interés cultural, por ser uno de los raros filmes de Afganistán que llegan hasta nosotros (cosa que le confiere también un toque de exotismo), se le añade el valor político de tratar y criticar la penosa situación de las mujeres en este y en otros países islámicos, así como el apadrinamiento cinéfilo que le confiere el hecho de que su libreto venga co-escrito por Jean-Claude Carrière (guionista, entre otros, de Luis Buñuel). Su historia es la de una mujer (sin nombre) prisionera en su casa al cuidado de un marido (mucho mayor que ella) en estado vegetativo. A su alrededor el mundo se desmorona afectado por la guerra incesante, la cual le hace periódicas visitas en forma de bombardeos y milicianos en busca de refugio y sexo. Durante las hora muertas, la mujer habla con su marido como no ha podido hacerlo nunca, y le confiesa sus más íntimos deseos y secretos. La narración se localiza casi exclusivamente en el interior de la casa, confiriendo a las imágenes un aire teatral de voluntad poética. En última instancia, por desgracia (y conste que me aparto de lo que parece la opinión mayoritaria), el film falla al ser incapaz de hacer encajar su doble compromiso estético: con el realismo y con la lírica evocadora a un tiempo. El resultado es una obra inverosímil por forzada, que tal vez se hubiera beneficiado –paradójicamente– de una mayor apuesta por la abstracción.

Día 3: De par en par

El tercer y último día de nuestra estancia en el festival se dividió claramente en dos mitades. La primera, por la mañana, consistió en el visionado de dos cintas procedentes de Israel (algunos de los pases, por cierto, estuvo marcado por la protesta –a las puertas del teatro– de un pequeño grupo de activistas pro-palestinos, dado que coincidieron en el tiempo con los bombardeos israelíes sobre Gaza). Empezamos con “Epilogue” de Amir Manor, película protagonizada por una pareja de ancianos, Hayuta y Berl, que plantea temas de calado y actualidad, como son los de enfrentarse a vivir los últimos días de la vida y hacerlo arrinconado por el mundo. El film empieza con una sensacional escena que establece la visión que la sociedad (proyectada en sus instituciones públicas) tiene de la vejez. Vemos a una asistente social visitando a Hayuta y Berl con la intención de hacerles unas pruebas para comprobar su nivel de invalidez. Los diferentes ejercicios (decir el día y la hora, tumbarse y levantarse, quitarse la camiseta, etc.) humillan a la pareja, a la vez que constatan el paternalismo con que la sociedad trata a estas personas, así como su proceso de deshumanización. A partir de ahí, el film se dedica a dotar de vida propia y alma a los personajes, mientras cada uno emprende viaje personal de aire cotidiano. La historia cojea por un exceso de condescendencia y por simplificar los conflictos generacionales. Pero está llena de bellas ideas y momentos, y no poca verdad, amén de ofrecernos una imagen de Israel alejada del conflicto territorial y religioso.

La otra producción israelita que vimos fue “Off-White Lies” de Maya Kenig, una road-movie tragicómica que si no fuera por el entorno físico y el contexto bélico (a causa de un enfrentamiento con el Líbano) de la historia, se diría surgida del cine indie estadounidense. Shaul, un inventor frustrado que viste con camisas hawaianas, bebe, fuma y no paga el alquiler, debe encargarse de su hija adolescente, Libi, a quien su ex-mujer ha enviado temporalmente desde los Estados Unidos. Como Shaul no puede instalarla en su casa, por motivo de los conflictos con su casero, ambos emprenden un viaje en coche, hasta que Shaul decide que se harán pasar por refugiados del norte del país (donde tiene lugar la guerra) para conseguir hospedarse en el hogar de algún buen samaritano. A lo largo de la aventura, como suele ser habitual, padre e hija llegan a conocerse y a entablar una relación de confianza y amistad. Buenos sentimientos, primeros amores y reflexiónes alrededor de la soledad y la necesidad de ayuda mutua, en un film de esquema típico, poco incisivo y con algún agujero negro en su argumento (el personaje ausente de la madre, por ejemplo), pero agradable y divertido. No marcará un hito, pero bien merece un visionado.

Por último aquél día, tuvimos la ocasión de ver dos ejemplos del cine del iraní Amir Naderi. La obra de este cineasta es bien peculiar, pues a parte de realizar películas en su tierra natal (hasta nueve, durante los años setenta y ochenta), ha trabajado también en los Estados Unidos, a donde emigró hace veinte años, y actualmente vive, rueda y da clases de cine en Japón. Precisamente visionamos los que han sido su primer film en territorio yankee, “Manhattan By Numbers” (1993), y su, hasta ahora, única producción japonesa, “Cut” (2011). Ambas llaman la atención por mostrarnos a un cineasta ecléctico y camaleónico, que se adapta a las circunstancias de su entorno social y cinematográfico, integrándolas en sus historias y estilo. Así, en “Manhattan By Numbers” se adhiere a la corriente underground del cine neoyorkino de los ochenta y primeros noventa tomando la calle para registrar, con estilo desmadejado y semi-improvisado, el lado más sórdido de Nueva York y el rostro de los perdedores del Sueño Americano. George Murphy es aquí un periodista en paro a punto de ser desahuciado (situación familiar, ¿verdad?) que se lanza a una frenética búsqueda de algo de dinero para salir del paso. Su única esperanza parece ser un viejo amigo en paradero desconocido, por lo que George se propone encontrarle. Esta trama argumental no es más que una excusa, como admite el propio Naderi, para dar cuenta del espíritu y las contradicciones de la gran metrópolis norteamericana. En su pequeña odisea, laberíntica y frustrante, George se pasea por lo más variopinto de la ciudad, desde los solares habitados por vagabundos, pasando por edificios ruinosos y hasta los rascacielos símbolo de poder financiero de Wall Street, en lo que quiere ser en parte una proclama anticapitalista. Con todo ello Naderi construye un semi-documental lleno de vida que nos da buena muestra, veinte años después, de un estado de las cosas no muy alejado del actual.

Todo lo contrario ocurre con “Cut”, la producción japonesa del realizador iraní, que se aísla del mundo para refugiarse en el cine, a pesar de lo que, aparentemente, parece querer decirnos. Su protagonista, Shuji, es un cinéfilo de pro. Vive por y para el cine de tal manera que permite que su hermano le consiga dinero para realizar un film pidiéndolo prestado a la mafia. Cuando el hermano es asesinado por no poder pagar la deuda, Shuji siente tal cargo de conciencia que reúne el dinero necesario vendiendo su cuerpo como saco de golpes a los gángsteres, dejándose apalizar repetidamente en los lavabos donde su hermano fue apuñalado. La premisa es interesante, pero el film en realidad solo contiene dos ideas. Una, la de la pasión cinematográfica del protagonista, resulta muy inocente e incluso se trata con cierto infantilismo cuando Naderi decide informar en pantalla, una por una, de las cien películas favoritas de Shuji (o más bien las suyas propias). La otra idea, la de la culpabilidad y el calvario redentor del protagonista es potente, y podría haberla empleado el mismísimo Sion Sono (Gloria Fernández dixit), pero no basta para sostener todo un film de más de dos horas, y es a lo que se ve obligada puesto que el resto de personajes y situaciones no pasan de lo decorativo o el cliché. Hay que reconocer que la película contiene buenos momentos, como aquellos en los que Shuji se revigoriza bañándose con la luz de las proyecciones fílmicas, o el punch line que cierra la historia, [spoiler] cuando tras haber saldado la deuda Shuji pide prestado dinero a los yakuza para realizar un nuevo film. Pero en líneas generales se trata de una obra fallida.

Despedida y cierre

Esto fue todo por mi parte ya que, desgraciadamente, otras obligaciones me alejaban de Gijón. Pero el festival siguió durante cinco jornadas más, durante las cuales pudieron verse un buen número de películas asiáticas de gran interés, a juzgar por el palmarés del festival, que ha premiado a varias de ellas. Os dejo la relación de galardones aquí debajo, y para más información sobre las películas no comentadas aquí, podéis consultar la previa que hicimos unos días antes del certamen.

PREMIO PRINCIPADO DE ASTURIAS AL MEJOR LARGOMETRAJE  es para:
About the Pink Sky de Keiichi Kobayashi
(Japón, 2011)
PREMIO AL MEJOR DIRECTOR:
Lee Sang-Woo por Barbie
(Corea del Sur, 2011)
PREMIO AL MEJOR ACTOR:
Yosef Carmon por Epilogue
(Israel, 2012)
PREMIO A LA MEJOR ACTRIZ:
Golshifteh Farahani por The Patience Stone
(Francia / Afganistán, 2012)
PREMIO AL MEJOR GUIÓN:
Amir Manor por Epilogue
(Israel, 2012)
PREMIO “GIL PARRONDO” A LA MEJOR DIRECCIÓN ARTÍSTICA:
Dragan Denda por Djeca
(Bosnia-Herzegovina / Alemania / Francia / Turquía, 2012)
PREMIO ESPECIAL DEL JURADO:
Beyond The Hillsde Cristian Mungiu
(Rumanía / Francia / Bélgica, 2012)


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