Este año nuestro amigo Jordi Codó ha tenido ocasión de pasar unos días disfrutando de la programación del Festival de Gijón, en este 50 aniversario del festival en pleno renacimiento. La agradecemos enormemente que nos acerque su experiencia a través de esta crónica de su paso por la ciudad asturiana, con la que os dejamos:
Por
primera vez, El Pozo de Sadako
alarga sus brazos –como si fuera Míster Fantástico– para
abrazar la programación (asiática, por supuesto) del veterano (¡50
años ya!) Festival Internacional de Cine de Gijón, certamen que a
pesar de los titubeos ocasionados por algunas polémicas recientes
(descabezamiento de su dirección motivada políticamente;
boicot de muchos medios y profesionales a raíz de lo anterior)
mantiene incólume su interés, afianzado en una programación
atrevida y de calidad y, por qué no decirlo, los encantos de la
ciudad que lo hospeda, cuyas vistas al mar invitan a que uno olvide
sus obligaciones... ¡Pero no! Habíamos venido a ver cine, y es lo
que hicimos. Y ahora vamos a hablar de ello.
Día 1: Apaguen sus móviles y olviden sus preocupaciones
Esta es la sugerencia que nos hizo una voz a través de la megafonía
justo antes de dar comienzo la gala de inauguración del festival. Y
parecía una buena idea. De hecho, ya habíamos empezado a aplicarla
horas antes. El día se había desarrollado plácidamente y sin las
presiones horarias típicas de estos eventos. Sin nada destacado que
ver ni durante la mañana ni por la tarde de esta primera jornada
(nada asiático a la vista, aún), nos dedicamos a cuestiones
logísticas: instalación en el hotel (el San Miguel, recomendable) y
localización de los espacios del festival (salas de proyección,
exposiciones, restaurantes colaboradores, etc.). Echamos de menos,
por cierto, una sala de prensa y un espacio mejor habilitado para
atender a invitados, reporteros y público en general.
A
todo esto se nos hicieron ya las ocho y media, hora prevista para dar
comienzo a la inauguración del festival. Todo estaba listo en el
teatro Jovellanos: alfombra roja, platea llena (más de mil
localidades) y la emoción a flor de piel. El espectáculo comenzó
tarde, por supuesto, y se (me) hizo largo, pero no demasiado.
Consistió en una presentación –conducida por una poco desenvuelta
Leticia Dolera (la protagonista de REC
3)– de las diferentes secciones,
jurados, invitados y patrocinadores del evento, acompañados por una
banda de música en directo y un homenaje al director de casting Luis
San Narciso, quien recibió un premio por su trayectoria.
A las diez de la noche terminaron los prolegómenos y se inició la
proyección de la película que abría el certamen, la rumana “Beyond
the Hills” de Cristian Mungiu (galardonado director de “4 meses,
3 semanas, 2 días”). La cinta duraba dos horas y media (con lo que
terminó pasada la medianoche), pero el cansancio no hizo mella en
nosotros gracias al poderoso atractivo de la propuesta, tanto por su
tema como por su planteamiento estético. Se nos relata la historia
de dos amigas, antiguas compañeras (y amantes) en un orfanato. Una
de ellas, Alina, llega a Rumanía desde Alemania (a donde emigró
buscando trabajo) para reencontrarse con la otra, Voichita. Alina se
siente sola en el extranjero y quiere convencer a su amiga para que
se vaya con ella, pero Voichita vive ahora en un convento y está
contenta con su vida a pesar de las limitaciones y del paternalismo
de su comunidad. La presencia de Alina en la orden –con la que se
hospeda unos días– provocará fuertes tensiones, sobre todo porque
la chica sufre ataques de angustia que los religiosos interpretarán
como posesiones diabólicas. Todo esto se filma con largos planos
(uno por escena) extraordinariamente bien organizados y desarrollados
(Mungiu no se limita a plantar la cámara y observar desde la
distancia, sino que elabora complejas interacciones y monta
internamente la imagen), cuyo sentido y valor estético –explicaría
el cineasta al día siguiente en rueda de prensa– es que evitan la
manipulación de la vida en pos de una mayor sinceridad, al tiempo
que refuerzan la especificidad del cine en tanto que arte (de la
duración) del tiempo. Y es que Mungiu y sus compañeros de fenómeno
(ese llamado Nuevo Cine Rumano) pretenden marcar un hito en la
cinematografía de su país tanto por la frontalidad de su
acercamiento a la realidad social rumana como por la categoría
intrínseca de su lenguaje. Es por ello que “Beyond the Hills” se
plantea como un desafío para el espectador, por su densidad, crudeza
y duración; pero resulta altamente satisfactorio si se aguanta el
envite.
Día 2: Asia a la vista
La
segunda jornada ofreció los primeros platos para aquellos
degustadores del cine asiático. El primero fue “From up on Poppy
Hill”, la más reciente producción del estudio de animación
japonés Ghibli. En la dirección, Goro Miyazaki, hijo del conocido
Hayao Miyazaki, alma mater
del estudio, que en esta ocasión se encarga solo de escribir el
guión junto a Keiko Niwa basándose en un shojo
manga homónimo de Tetsuro Sayama
(escritor) y Chizuru Takahashi (ilustrador). Miyazaki Jr. se
enfrentaba al reto de dirigir su segundo film tras la fría acogida
de su anterior “Cuentos de Terramar” (2006), y los buenos
resultados obtenidos confirman el arranque de una prometedora
carrera. “From up on Poppy Hill” fue la película japonesa más
taquillera de 2011 y se llevó el premio al mejor film de animación
en los premios de la Academia nacional gracias, seguramente, a dos
cosas: la nostalgia y el candor. El film se ambienta en el Japón de
primeros de los sesenta, justo antes de esas Olimpiadas de Tokyo
(1964) que marcarían la entrada del país nipón en la escena global
del desarrollo pacífico.
La misma época (año arriba, año abajo), ya había servido de marco
a la popularísima y sensiblera “Always” (2005) de Takashi
Yamazaki y a sus secuelas, con lo que la operación debía parecer
rentable aunque se apartara de ese realismo
mágico al
que nos tiene acostumbrados la firma (sin que por ello se trate de
una propuesta inédita, pues ahí están los títulos dirigidos por
Isao Takahata). Ghibli aporta, eso sí, su distintivo toque cariñoso,
delicado y familiar (de valores familiares, me refiero). Remito al comentario hecho ya en este blog
para más detalles del argumento y el estilo.
Tras
la proyección, y por recomendación expresa del director del
festival, Nacho Carballo, a quien tuvimos el gusto de conocer, nos
dirigimos sin solución de continuidad a ver uno de los títulos más
anticipados del programa, “The Patience Stone” del afgano Atiq
Rahimi. La cosa no parecía para menos, pues a su innegable interés
cultural, por ser uno de los raros filmes de Afganistán que llegan
hasta nosotros (cosa que le confiere también un toque de exotismo),
se le añade el valor político de tratar y criticar la penosa
situación de las mujeres en este y en otros países islámicos, así
como el apadrinamiento cinéfilo que le confiere el hecho de que su
libreto venga co-escrito por Jean-Claude Carrière (guionista, entre
otros, de Luis Buñuel). Su historia es la de una mujer (sin nombre)
prisionera
en su casa al cuidado de un marido (mucho mayor que ella) en estado
vegetativo. A su alrededor el mundo se desmorona afectado por la
guerra incesante, la cual le hace periódicas visitas en forma de
bombardeos y milicianos en busca de refugio y sexo. Durante las hora
muertas, la mujer habla con su marido como no ha podido hacerlo
nunca, y le confiesa sus más íntimos deseos y secretos. La
narración se localiza casi exclusivamente en el interior de la casa,
confiriendo a las imágenes un aire teatral de voluntad poética. En
última instancia, por desgracia (y conste que me aparto de lo que
parece la opinión mayoritaria), el film falla al ser incapaz de
hacer encajar su doble compromiso estético: con el realismo y con la
lírica evocadora a un tiempo. El resultado es una obra inverosímil
por forzada, que tal vez se hubiera beneficiado –paradójicamente–
de una mayor apuesta por la abstracción.
Día 3: De par en par
El tercer y último día de nuestra estancia en el festival se
dividió claramente en dos mitades. La primera, por la mañana,
consistió en el visionado de dos cintas procedentes de Israel
(algunos de los pases, por cierto, estuvo marcado por la protesta –a
las puertas del teatro– de un pequeño grupo de activistas
pro-palestinos, dado que coincidieron en el tiempo con los bombardeos
israelíes sobre Gaza). Empezamos con “Epilogue” de Amir Manor,
película protagonizada por una pareja de ancianos, Hayuta y Berl,
que plantea temas de calado y actualidad, como son los de enfrentarse
a vivir los últimos días de la vida y hacerlo arrinconado por el
mundo. El film empieza con una sensacional escena que establece la
visión que la sociedad (proyectada en sus instituciones públicas)
tiene de la vejez. Vemos a una asistente social visitando a Hayuta y
Berl con la intención de hacerles unas pruebas para comprobar su
nivel de invalidez. Los diferentes ejercicios (decir el día y la
hora, tumbarse y levantarse, quitarse la camiseta, etc.) humillan a
la pareja, a la vez que constatan el paternalismo con que la sociedad
trata a estas personas, así como su proceso de deshumanización. A
partir de ahí, el film se dedica a dotar de vida propia y alma a los
personajes, mientras cada uno emprende viaje personal de aire
cotidiano. La historia cojea por un exceso de condescendencia y por
simplificar los conflictos generacionales. Pero está llena de bellas
ideas y momentos, y no poca verdad, amén de ofrecernos una imagen de
Israel alejada del conflicto territorial y religioso.
La
otra producción israelita que vimos fue “Off-White Lies” de Maya
Kenig, una road-movie
tragicómica que si no fuera por el entorno físico y el contexto
bélico (a causa de un enfrentamiento con el Líbano) de la historia,
se diría surgida del cine indie
estadounidense. Shaul, un inventor frustrado que viste con camisas
hawaianas, bebe, fuma y no paga el alquiler, debe encargarse de su
hija adolescente, Libi, a quien su ex-mujer ha enviado temporalmente
desde los Estados Unidos. Como Shaul no puede instalarla en su casa,
por motivo de los conflictos con su casero, ambos emprenden un viaje
en coche, hasta que Shaul decide que se harán pasar por refugiados
del norte del país (donde tiene lugar la guerra) para conseguir
hospedarse en el hogar de algún buen samaritano. A lo largo de la
aventura, como suele ser habitual, padre e hija llegan a conocerse y
a entablar una relación de confianza y amistad. Buenos sentimientos,
primeros amores y reflexiónes alrededor de la soledad y la necesidad
de ayuda mutua, en un film de esquema típico, poco incisivo y con
algún agujero negro en su argumento (el personaje ausente de la
madre, por ejemplo), pero agradable y divertido. No marcará un hito,
pero bien merece un visionado.
Por
último aquél día, tuvimos la ocasión de ver dos ejemplos del cine
del iraní Amir Naderi. La obra de este cineasta es bien peculiar,
pues a parte de realizar películas en su tierra natal (hasta nueve,
durante los años setenta y ochenta), ha trabajado también en los
Estados Unidos, a donde emigró hace veinte años, y actualmente
vive, rueda y da clases de cine en Japón. Precisamente visionamos
los que han sido su primer film en territorio yankee,
“Manhattan By Numbers” (1993), y su, hasta ahora, única
producción japonesa, “Cut” (2011). Ambas llaman la atención por
mostrarnos
a un cineasta ecléctico y camaleónico, que se adapta a las
circunstancias de su
entorno social y cinematográfico, integrándolas en sus historias y
estilo. Así, en “Manhattan By
Numbers” se adhiere a la corriente underground
del cine neoyorkino de los ochenta y primeros noventa tomando la
calle para registrar, con estilo desmadejado y semi-improvisado, el
lado más sórdido
de Nueva York y el rostro de los perdedores del Sueño
Americano. George Murphy es aquí un
periodista en paro a punto de ser desahuciado (situación familiar,
¿verdad?) que se lanza a una frenética búsqueda de algo de dinero
para salir del paso. Su única esperanza parece ser un viejo amigo en
paradero desconocido, por lo que George se propone encontrarle. Esta
trama argumental no es más que una excusa, como admite el propio
Naderi, para dar cuenta del espíritu y las contradicciones de la
gran metrópolis norteamericana. En su pequeña odisea, laberíntica
y frustrante, George se pasea por lo más variopinto de la ciudad,
desde los solares habitados por vagabundos, pasando por edificios
ruinosos y hasta los rascacielos símbolo de poder financiero de Wall
Street, en lo que quiere ser en parte una proclama anticapitalista.
Con todo ello Naderi construye un semi-documental lleno de vida que
nos da buena muestra, veinte años después, de un estado de las
cosas no muy alejado del actual.
Todo
lo contrario ocurre con “Cut”, la producción japonesa del
realizador iraní, que se aísla del mundo para refugiarse en el
cine, a pesar de lo que, aparentemente, parece querer decirnos. Su
protagonista, Shuji, es un cinéfilo de pro. Vive por y para el cine
de tal manera que permite que su hermano le consiga dinero para
realizar un film pidiéndolo prestado a la mafia. Cuando el hermano
es asesinado por no poder pagar la deuda, Shuji siente tal cargo de
conciencia que reúne el dinero necesario vendiendo su cuerpo como
saco de golpes a los gángsteres, dejándose apalizar repetidamente
en los lavabos donde su hermano fue apuñalado. La premisa es
interesante, pero el film en realidad solo contiene dos ideas. Una,
la de la pasión cinematográfica del protagonista, resulta muy
inocente e incluso se trata con cierto infantilismo cuando Naderi
decide informar en pantalla, una por una, de las cien películas
favoritas de Shuji (o más bien las suyas propias). La otra idea, la
de la culpabilidad y el calvario redentor del protagonista es
potente, y podría haberla empleado el mismísimo Sion Sono (Gloria
Fernández dixit),
pero no basta para sostener todo un film de más de dos horas, y es a
lo que se ve obligada puesto que el resto de personajes y situaciones
no pasan de lo decorativo o el cliché. Hay que reconocer que la
película contiene buenos momentos, como aquellos en los que Shuji se
revigoriza bañándose
con la luz de las proyecciones fílmicas, o el punch
line que cierra la historia, [spoiler]
cuando tras haber saldado la deuda Shuji pide prestado dinero a los
yakuza
para realizar un nuevo film. Pero en líneas generales se trata de
una obra fallida.
Despedida y cierre
Esto
fue todo por mi parte ya que, desgraciadamente, otras obligaciones me
alejaban de Gijón. Pero el festival siguió durante cinco jornadas
más, durante las cuales pudieron verse un buen número de películas
asiáticas de gran interés, a juzgar por el palmarés del festival,
que ha premiado a varias de ellas. Os dejo la relación de galardones
aquí debajo, y para más información sobre las películas no
comentadas aquí, podéis consultar la previa que hicimos unos días antes del certamen.
PREMIO
PRINCIPADO DE ASTURIAS AL MEJOR LARGOMETRAJE
es para:
About
the Pink Sky
de Keiichi Kobayashi
(Japón, 2011)
PREMIO
AL MEJOR DIRECTOR:
Lee
Sang-Woo
por
Barbie
(Corea del Sur, 2011)
PREMIO
AL MEJOR ACTOR:
Yosef
Carmon
por
Epilogue
(Israel, 2012)
PREMIO
A LA MEJOR ACTRIZ:
Golshifteh
Farahani
por
The
Patience Stone
(Francia / Afganistán, 2012)
PREMIO
AL MEJOR GUIÓN:
Amir
Manor
por Epilogue
(Israel, 2012)
PREMIO
“GIL PARRONDO” A LA MEJOR DIRECCIÓN ARTÍSTICA:
Dragan
Denda por
Djeca
(Bosnia-Herzegovina / Alemania /
Francia / Turquía, 2012)
PREMIO
ESPECIAL DEL JURADO:
Beyond
The Hillsde
Cristian Mungiu
(Rumanía / Francia / Bélgica,
2012)
0 comentarios:
Publicar un comentario