viernes, 11 de enero de 2013

La semana de... Wong Kar-Wai: Deseando amar (In the mood for love).

En el año 2000 Wong Kar-Wai alcanzaba su obra cumbre con el estreno de “Deseando amar”, un drama romántico con el que el director volvía a introducirnos en el Hong Kong de los años 60. Continuando en cierto modo el legado de “Days of being Wild”, de la que recuperaba algunos personajes, nos proponía una historia más madura, en la que la pareja protagonista descubría que estaban siendo engañados por sus respectivos cónyuges.
La película tuvo una gran repercusión a nivel internacional gracias al trabajo de sus estrellas protagonistas, Tony Leung y Maggie Cheung, dos veteranos de la filmografía del director, pero sobretodo por la clase y belleza de todos y cada uno de los planos del film. Cine visualmente cautivador, y narrativamente emotivo, que se convirtió por derecho propio en un clásico instantáneo.

El señor Chow, un periodista, y la señora Chan, que trabaja como secretaria, se mudan al mismo bloque de apartamentos en el mismo día del año 1960. Con sus respectivas parejas mucho tiempo fuera de casa, ambos comienzan a encontrarse de manera amistosa, mientras hablan de temas ligeros. Sin embargo algo les unirá de manera dolorosa, y es que descubren que sus cónyuges mantienen un idilio entre ellos.

Después de que el fracaso comercial impidiera durante años darle la continuación que estaba prevista a “Days of being wild”, Wong Kar-Wai pudo seguir con su fresco del Hong Kong de los años 60, retomando el destino de dos de sus personajes en “Deseando amar”. Ellos son los mismos, pero no su situación ya que ambos han madurado, y están casados, aunque los dos sufren la infidelidad conyugal. En realidad todo es una excusa para llevarnos de nuevo atrás en el tiempo, y meternos de lleno en la época, reconstruyendo ese momento histórico con una precisión y detalle solo al alcance de Kar-Wai, ya que al fin y al cabo también forma parte de su vida. De hecho los propietarios de los pisos que alquilan las respectivas parejas pertenecen a la comunidad de exiliados de Shanghai que se estableció en la ex-colonia, un grupo al que pertenece el propio director, que emigró con su familia en su infancia.
Es un ambiente que el director conoce a la perfección, y que traslada a la pantalla con sumo cuidado de los detalles, tanto en la maravillosa puesta en escena, estilizada y visualmente gloriosa, como en elementos de la propia historia.

El desarrollo de la historia de la pareja protagonista es apabullante. Con el paso seguro de un film que bebe del melodrama clásico, nos va guiando por el estado emocional de los personajes, a cuyas infieles parejas nunca llegamos a ver la cara, con la misma elegancia del vals que suena de manera repetitiva de fondo: el primer encuentro en los pasillos, la primera conversación, el buscar el confort mutuo al saberse engañados, el intentar ir más allá.


Y es que si hay una palabra que define a “Deseando amar” es “elegancia”. Técnicamente es un prodigio, y si hiciéramos una lista mental de las imágenes más bellas que hayamos visto en una pantalla de cine probablemente aparecería Maggie Cheung bajando esa escalinata hasta el puesto de fideos vestida con uno de sus maravillosos vestidos, o  Tony Leung bajo la lluvia, fumando uno de sus cigarrillos.
En este sentido el trabajo de los actores es clave. El grado de concentración, de estar absolutamente metidos en sus papeles se traduce en cada gesto, cada movimiento, cada mirada. Seguramente cualquier halago hacia el trabajo de Tony Leung y Maggie Cheung en la película se quede corto.
Verles en pantalla a través del filtro de la fotografía, esta vez compartida entre Christopher Doyle (que se largó a mitad de rodaje) y otro maestro como Mark Lee Ping-Bin, es un verdadero lujo, y tuvo el reconocido merecimiento del festival de Cannes, así como otros muchos premios.

No quiero dejar de mencionar la música, tan presente en el film: comenzando por ese tema del que el director se quedó fascinado mientras preparaba el film, y que finalmente sirve como música que vuelve constantemente a la pantalla, el tema de “Yumeji” de Seijun Suzuki, compuesta por Shigeru Umebayashi, pasando por el trabajo del músico Michael Galasso, para finalizar con las canciones en castellano de Nat King Cole, que tan bien encajaban con el sentimiento de los personajes. En su día fue chocante que el director recuperara unas canciones que nuestros padres o abuelos conocían a la perfección, y hasta cierto punto consiguió que se redescubriera el trabajo del crooner nortamericano.


El rodaje interminable de quince meses, en Hong Kong, Tailandia, donde están rodadas la mayoría de escenas de exterior, y Camboya, donde se rodó, entre otras escenas que se quedaron en la sala de montaje, el final de el templo de Angkor Wat, fue agotador para todos. Trabajando sin guión como de costumbre, con ideas y pequeñas líneas que servían como guia, y expandiéndose semana tras semana, fue el (auto)ponerse una fecha límite de estreno en Cannes del 2000 la clave para cerrar la puerta a más ideas, y comenzar una postproducción que dejó multitud de posibles segmentos fuera, algo que creo fue todo un acierto.

El resultado es un trabajo de una concisión impecable, en el que el trabajo de todos (director, actores, y equipo técnico) encaja a la perfección, sin que nada quede fuera de control. 
Sin duda una de las películas más bellas de la historia, y una obra maestra indiscutible, con una historia emocionante basada en pequeños gestos y miradas. Inolvidable.

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