Llegaba a Sitges el documental autoterápeutico de kim Ki-duk, Arirang, después de ganar en Cannes y su paso por San Sebastián con siguiente film "Amen", y si algo quedó claro es que da para mucho que hablar y comentar, tanto sobre su propia persona, como sobre este retrato de un artista atormentado por sus propios fantasmas. Se puede estar más o menos de acuerdo con él y su visión de la vida, al fin y al cabo lo que aquí vemos es su versión, pero la propuesta me parece de lo más interesante tanto por su contenido como por sus formas.
Comenzamos viendo la vida diaria del director, al que vemos en una cabaña destartalada en una colina, con una tienda de campaña en el comedor para poder aguantar el frio. Le vemos hacerse el café, un ramen, ir al servicio, etc... todo rodado por el mismo con una cámara digital.
A partír de ahí, comienza a relatar lo que ha hecho en estos tres años, como le traumatizó el hecho de sufrir un accidente en el rodaje de "Dream" en el que cási fallece una actriz, y sobretodo la "traición" del director Jang Hoon (Secret Reunion, My Way), que salió de su tutela para empezar a dirigir blockbusters.
Aqui empieza a jugar con la realidad, entrevistándose a si mismo, bebiendo, recibiendo otro cuestionario de su propia sombra, escuchando como llaman a la puerta de la cabaña en plena noche sin que sea nadie...
Al César lo que es del César: para ser una pataleta, un desahogo, le ha quedado resultona y sobretodo parece sincera.
Que ese resquemor interno está ahí clavado es algo patente cuando se le ve llorar a moco tendido, presa de la indignación y la impotencia, despotricando contra todo y todos: la industria cinematográfica coreana, las instituciones gubernamentales, sus colegas, Jang Hoon... hasta los "actores que hacen de villano con tanta facilidad" (¿Choi Min-sik? ¿Alguien? ¿Nadie?) reciben su parte de parte de rabia Made in Kim Ki-duk. El sentimiento parece sincero y la forma de soltar todo ese veneno es cuando menos ingeniosa: haciendo ver que vive en la miseria, sin contacto con un mundo que le ha dado la espalda y en el que él mismo parece haber perdido la esperanza... y el esfuerzo de vivir en este mundo terrible, esa cuesta arriba interminable que nos canta una y otra vez cada vez que entona apasionadamente "Arirang".
Y las falsas entrevistas con su alter ego claro, en las que el Kim Ki-duk indignado le dice al tristón "eh! Kim Ki-duk! despierta!", y comparten una botella de Soju.
Y los juegos con la cámara grabando en la parte final, en la que hace ver que va a Seul -vestido con la misma chaqueta espartana con la que se le vió en San Sebastian y Cannes- cargado con el nuevo juguete que él mismo construye, igual que ha construido una máquina de café espresso y entonces hace lo que hace, en un acto simbólico que parece sacado de la Psicomágia de Alejandro Jodorowsky para liberarse definitivamente de sus demonios internos.
Creo que no es tanto una cuestión de gustar o no de Kim ki-duk o su obra anterior, sino de ver un acto de autoterapia de un artista, en este caso consagrado, roto por sus propios traumas, y ver como analiza en que ha fallado, que demonios ha pasado para que él, un director reconocido en Berlin y Cannes, que rodaba una película al año, haya terminado así, derrotado, hundido. Y ver como hace algo al respecto, claro.
Comenzamos viendo la vida diaria del director, al que vemos en una cabaña destartalada en una colina, con una tienda de campaña en el comedor para poder aguantar el frio. Le vemos hacerse el café, un ramen, ir al servicio, etc... todo rodado por el mismo con una cámara digital.
A partír de ahí, comienza a relatar lo que ha hecho en estos tres años, como le traumatizó el hecho de sufrir un accidente en el rodaje de "Dream" en el que cási fallece una actriz, y sobretodo la "traición" del director Jang Hoon (Secret Reunion, My Way), que salió de su tutela para empezar a dirigir blockbusters.
Aqui empieza a jugar con la realidad, entrevistándose a si mismo, bebiendo, recibiendo otro cuestionario de su propia sombra, escuchando como llaman a la puerta de la cabaña en plena noche sin que sea nadie...
Al César lo que es del César: para ser una pataleta, un desahogo, le ha quedado resultona y sobretodo parece sincera.
Que ese resquemor interno está ahí clavado es algo patente cuando se le ve llorar a moco tendido, presa de la indignación y la impotencia, despotricando contra todo y todos: la industria cinematográfica coreana, las instituciones gubernamentales, sus colegas, Jang Hoon... hasta los "actores que hacen de villano con tanta facilidad" (¿Choi Min-sik? ¿Alguien? ¿Nadie?) reciben su parte de parte de rabia Made in Kim Ki-duk. El sentimiento parece sincero y la forma de soltar todo ese veneno es cuando menos ingeniosa: haciendo ver que vive en la miseria, sin contacto con un mundo que le ha dado la espalda y en el que él mismo parece haber perdido la esperanza... y el esfuerzo de vivir en este mundo terrible, esa cuesta arriba interminable que nos canta una y otra vez cada vez que entona apasionadamente "Arirang".
Y las falsas entrevistas con su alter ego claro, en las que el Kim Ki-duk indignado le dice al tristón "eh! Kim Ki-duk! despierta!", y comparten una botella de Soju.
Y los juegos con la cámara grabando en la parte final, en la que hace ver que va a Seul -vestido con la misma chaqueta espartana con la que se le vió en San Sebastian y Cannes- cargado con el nuevo juguete que él mismo construye, igual que ha construido una máquina de café espresso y entonces hace lo que hace, en un acto simbólico que parece sacado de la Psicomágia de Alejandro Jodorowsky para liberarse definitivamente de sus demonios internos.
Creo que no es tanto una cuestión de gustar o no de Kim ki-duk o su obra anterior, sino de ver un acto de autoterapia de un artista, en este caso consagrado, roto por sus propios traumas, y ver como analiza en que ha fallado, que demonios ha pasado para que él, un director reconocido en Berlin y Cannes, que rodaba una película al año, haya terminado así, derrotado, hundido. Y ver como hace algo al respecto, claro.
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