Tres años de sequía para un director como Kim Ki-duk, que nos tenía acostumbrados a por lo menos un título anual, era mucho. El año pasado volvía con dos películas, por un lado su experimento con viaje por Europa incluido, “Amen”, que después de pasar por festivales se ha quedado guardada en un cajón hasta hace bien poco; la otra fue “Arirang”, la muy comentada sesión de autoterapia del director. Parece que le ha hecho efecto el sacar todos los demonios de su interior para volver en plena forma con “Pieta”, León de Oro a la mejor película en Venecia, y un regreso a los orígenes en toda regla para el director surcoreano.
“Pieta” comparte muchos elementos con la mayoría de películas del director, como si los personajes compartieran ese mismo universo crudo y cruel que nos muestra. Esta vez el protagonista es un solitario cobrador de cuentas de un prestamista, un hombre sin remordimientos a la hora de cobrarse las cuentas haciendo que los clientes, pequeños empresarios de talleres mecánicos, sufran accidentes para cobrar del seguro.
Las cosas comienzan a torcerse cuando se presenta en la puerta de su casa su madre, quien le abandonó siendo muy pequeño. Aunque en un principio el hijo no quiere saber nada de la madre, la persistencia de esta y la voluntad por estar junto a él por encima de todo, irá cambiando su carácter.
Tras su pase por Venecia y Sitges los fans de Kim Ki-duk pueden respirar tranquilos: el director ha vuelto en plena forma con una película completamente reconocible dentro de su obra. Nos hace recordar lugares comunes de la filmografía del director, desde esos callejones repletos de minúsculos talleres llenos de ruidos mecánicos, hasta la propia relación entre el hijo y su madre, llena de odio y resentimiento, pero también de necesidad.
La redención y la culpa pasan de un personaje a otro en la película, dándole uno de esos pequeños giros a la historia que se suele guardar el director para desmontar ese momento de confort en que el espectador cree reconocer los mecanismos de la película, que en su parte central se vuelve un tanto repetitiva.
La historia es en realidad muy simple, y la mueven en su casi totalidad la pareja de madre e hijo protagonista: como suele sucederle al director le bastan muy poquitas cosas para remover sentimientos, conciencias y exponer lo mejor y (más habitualmente) lo peor del ser humano. Kim Ki-duk vuelve a sacarle jugo a sus personajes desmontándoles completamente, y retratando también de alguna manera la sociedad actual, en la que el tema lucratívo esta por encima de todo.
Las actuaciones de Jo Min-soo y Lee Jung-jin están llenas de la intensidad y dramatismo que requieren los personajes, y desde ya son claros candidatos a cualquier tipo de premios individuales por sus interpretaciones. Min-soo especialmente, por lo especial de su personaje, realiza un trabajo soberbio en buscar la redención con su hijo, llevando a cabo lo que haga falta, persistiendo aún cuando lo único que recibe de su hijo son portazos en la cara. La actriz además nos muestra esa otra cara de una manera excepcional, es sensacional que el director haya recuperado a la actriz para una película con gran repercusión como esta.
Jung-jin por su parte nos muestra otra cara a la que nos tiene acostumbrados, e igual que en su día llevó al lado más oscuro a Jang Dong-gun en “The coast guard”, aquí le da la oportunidad al actor de mostrar una faceta mucho más dura con un personaje cruel, al que la presencia de su madre cambiará poco a poco.
Kim Ki-duk ha vuelto, y por la puerta grande: premio en Venecia, seleccionada por Corea del Sur para ser la representante en los Oscars, y con el favor del público de su lado: “Pieta” se ha convertido en su mayor éxito de taquilla de su carrera.
Todo parece haber vuelto a su cauce y nos devuelve a uno de los directores remueve-conciencias básicos del cine asiático, con una obra al mismo nivel de sus mejores trabajos.
8´5 de 10
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